Ciclo Historia / historias de Danza
A personal embodiment of dance history
Un único cuerpo presenta y baila cuatro solos emblemáticos de la historia de la danza: La muerte del cisne de Maia Plisétskaya; Singing in The Rain, el solo de Gene Kelly; You Should Be Dancing, de Saturday Night Fever, bailado por John Travolta; y Fase, de Anne Teresa De Keersmaeker y Michele Anne de Mey, de la compañía Rosas.
A modo de collage, en una estructura simétrica y repetitiva, Pere Faura combina estas piezas icónicas con testimonios extraídos de YouTube en los que bailarines aficionados hablan de su manera de vivir y entender la danza.
Así, asistimos a una celebración al tiempo que se abren espacios de reflexión donde, desde un punto de vista crítico, sin perder el humor, se cuentan los sueños y problemas a los que un bailarín se enfrenta cuando se convierte en profesional.
YOU SHOULD BE DANCING
“Para mí cada pieza es un mundo, un diccionario y un cuento en ella misma. En mi práctica, estoy en contra del ‘estilo’, aunque respeto mucho a todos aquellos que trabajan para tenerlo”. Lo dice el coreógrafo y bailarín catalán Pere Faura (Barcelona, 1980) y lo demuestra muy especialmente en Sin baile no hay paraíso (2014), un solo a su manera delirante, que ha devenido en representativo de su trabajo. Tremendamente personal, se trata de una obra autobiográfica aunque más bien parezca una revisión histórica, que también. Él no lo sabía pero ya había empezado a montar esta pieza en su agitada y bailonga adolescencia en los años noventa cuando, fulminantemente enamorado de la danza, caía rendido ante la visión de Maya Plisetskaya agonizando en La muerte del cisne, se emocionaba viendo a Gene Kelly paraguas en mano en Cantando bajo la lluvia, se quedaba hipnotizado con los incesantes giros minimalistas de Anne Teresa de Keersmaeker en la obstinada Phase e imitaba al John Travolta que tenía atrapado en un VHS de Fiebre del sábado noche mientras coreaba con la voz aguda de los Bee Gees aquello de You should be dancing yeaaaah.
Todo junto. Todo a la vez. Tomaba clases, veía estas danzas, rendía culto a sus divos y terminaba bailando con los amigos en el club. La intensidad de todas estas emociones le empujó a decantarse por la danza. Estudió flauta y canto. También teatro en el Institut del Teatre. Bailó claqué, husmeó en el ballet, se decantó por el contemporáneo. Dejó Barcelona. Se fue a Holanda, estudió coreografía, se graduó con un homenaje muy sentido a su ídolo Gene Kelly, se hizo un hueco en el
diversificado paisaje de la danza contemporánea europea y se convirtió en artista. Pero en el fondo, sigue siendo Pere Faura, aquel chaval enamorado de sus ídolos. Así que miró atrás, reflexionó sobre la enorme influencia que en él tuvieron estas cuatro creaciones, magistrales en sus vertientes aunque muy distintas en su estética, y surgió Sin danza no hay paraíso.
Ya no se trata de imitar a Travolta a lo loco frente al televisor o morir exagerada y ridículamente como el cisne de Plisetskaya. Su creación, que aborda estas piezas estilísticamente en las antípodas, tiene en él mismo un claro hilo conductor. Faura es una especie de showman y, apoyado en sus propias virtudes y limitaciones como bailarín de todos estos estilos, articula una inteligente dramaturgia con una dinámica muy precisa. Una ingeniosa presentación a viva voz nos da el contexto y a partir de allí se van sucediendo sus interpretaciones y reinterpretaciones de estos cuatro clásicos contemporáneos. Desde su propio cuerpo intenta en una primera ronda reproducirlas a modo de homenaje, ser fiel a estas obras y los artistas que la hicieron, para más tarde reinventarlas desde su óptica como coreógrafo a modo de agradecimiento, con las herramientas y las experiencias que ha vivido y aprendido ya fuera de ese influjo juvenil. Poética y honesta, la obra tiene una carga emocional que viene de la admiración auténtica de su autor por estas coreografías, pero al mismo tiempo son un sólido homenaje a cuatro obras muy significativas y ejemplares de distintos momentos de la historia de la danza del siglo XX.
No todas sus creaciones son autobiográficas pero las motivaciones son siempre muy personales. Ha sido así desde los inicios, cuando estrenó This is a picture of a person I don’t know (2006), su primer y sorprendente unipersonal, en el que adaptaba a su manera los musicales A Chorus Line y Cantando bajo la lluvia, y al mismo tiempo los reconvertía en un discurso muy íntimo, en una reflexión sobre la soledad y el desamor. Siempre con referencias muy puntuales a la cultura
popular, su obra se fue consolidando con propuestas de riesgo matizadas casi siempre por el humor. Striptease (2008) o Bomberos con grandes mangueras (2010) son ejemplares de su modo creativo. Hace unos pocos años abandonó Holanda, aunque profesionalmente sigue muy vinculado, e inició una etapa de madurez creativa en Barcelona justamente con Sin danza no hay paraíso, a la que ha seguido un trabajo más ambicioso y complejo, una trilogía en la que una vez más reflexiona sobre su vida en la danza, los bemoles de este oficio, los tormentos del creador y el entorno no siempre amigable que padecen los que a esto se dedican. Sweet Fever y Sweet Tyranny son obras son obras independientes que coinciden en aproximarse, cada una, a un aspecto de esta profesión a veces no tan idílica como aparenta.
Omar Khan